Probablemente nadie discuta que la industria es clave para la competitividad económica y el bienestar de la sociedad. A fin de cuentas, tenemos que fabricar o comprar los bienes corporales que hacen y harán posible nuestro moderno modo de vida. De hecho, la Unión Europea está impulsando una nueva política industrial que, a modo de eficaz palanca, habrá de incrementar la competitividad económica del conjunto de la Unión. Para ello se ha fijado el objetivo de aumentar la participación de la industria manufacturera europea del actual 15% del PIB al 20% en 2020.
Recientemente tuve oportunidad de asistir al IX Encuentro de COTEC Europa, que se celebró el pasado doce de febrero en Lisboa, presidido por los Jefes de Estado de España, Portugal e Italia, y en el que participó el Vicepresidente de la Comisión Europea para la Industria y el Emprendimiento. Creo no equivocarme sintetizando en dos puntos las principales conclusiones: (1) la estrategia de reindustrialización europea es totalmente pertinente y necesaria en España, Portugal e Italia, esto es, no debe entenderse focalizada los países del centro y del norte de Europa, y (2) la I+D+i debe jugar un papel clave en ese nuevo desarrollo industrial.
Por lo que he conocido a través de los medios de comunicación, el Global Forum Spain, celebrado el tres de marzo en Bilbao a modo de mini Davos, bajo los auspicios del Gobierno español y con una importante representación internacional, abundó en las ideas anteriores. Aparentemente se intentaron transmitir dos ideas fuerza: (1) que España ha dejado atrás la recesión -ojalá, pero, por si acaso, crucemos los dedos-, y (2) que la senda del crecimiento vendrá de mano de un nuevo modelo económico. Probablemente a esto último se deba la ausencia de ponentes provenientes del, otrora aplaudido, sector de la construcción, a pesar de su innegable peso e influencia en la economía española. La importancia de la innovación para competir en un mundo globalizado fue, de nuevo, remarcada por varios de los ponentes.
Hago un breve inciso para señalar un olvido que, mucho me temo, vaya más allá de la anécdota. Si se fijan en el mapa de España que figura en el portal web para ilustrar tan celebrado acontecimiento, junto a la España peninsular figura Baleares, pero no Canarias (ni Ceuta y Melilla). Más allá del error del diseño, inaceptable en mi opinión en un evento organizado por el Gobierno español, la omisión muestra la realidad del hecho diferencial, frecuentemente desatendido por puro olvido, no ya en el diseño gráfico de mapas de España, sino en el diseño de las políticas públicas específicas que son necesarias…
Pero sigamos con el asunto que tenemos entre manos. La moderna política industrial de la Unión Europea y, por tanto, de los estados miembros y de las regiones, tiene que tomar en consideración, por un lado, la realidad de una economía globalizada, en la que las cadenas de valor se extienden sobre ámbitos geográficos muy amplios y diversos. Dentro de esas cadenas de valor son, probablemente, la invención, el diseño, y el control de la fabricación y de la comercialización, las actividades que proporcionan mayor valor añadido, debido al imparable proceso de terciarización de la industria. En todo caso, será la ventaja comparativa que cada territorio ofrezca la que determine en qué actividades se especialice. Por otro lado, tal política industrial, ha de considerar el impacto de la crisis económica, que ha ocasionado un retroceso de la actividad industrial en Europa. En este contexto, el pasado veintidós de enero, la Comisión Europea dictó una nueva comunicación, de título Por un Renacimiento Industrial Europeo, donde se proponen medidas concretas para ser debatidas en el Consejo Europeo de marzo. Entre ellas pueden mencionarse: mejorar la integración de las redes de telecomunicaciones, energía y transporte, así como del mercado interior industrial; modernizar la industria, mediante la I+D+i y la tecnología, sin olvidar la gestión de la propiedad industrial y la sostenibilidad medioambiental de la actividad industrial; agilizar y flexibilizar el entorno normativo y administrativo en el que operan las empresas; y mejorar la financiación de la PYME y de su acceso a los mercados internacionales.
Estamos, pues, de acuerdo. Necesitamos más industria de alto valor añadido, que es justamente la que se sustenta en la I+D+i. Por ello, prefiero hablar de nueva industrialización, en vez de reindustrialización. Este último término se me antoja una repetición, una vuelta a algo que ya tuvimos, y, francamente, creo que no se trata de eso. Realmente se trata de apostar por una nueva industria, una que añada un alto valor a nuestra economía productiva, y que sea consciente de los anhelos medioambientales y sociales de nuestra sociedad posindustrial. En cualquier caso, más allá de las preferencias terminológicas, el renacimiento industrial propugnado por la Comisión Europea entiendo se refiere a esa nueva industria.
Debemos, por tanto, preguntarnos si España tiene capacidad de jugar un papel relevante la nueva industrialización de Europa, y tomar las medidas oportunas para que, en todo caso, sea así. En esta tarea hay que ser activamente consciente de las diferencias territoriales, procurando integrar (sin olvidos) a todos en el mapa resultante. De hecho, fomentar una nueva industria, hace posible que territorios que, como Canarias, han tenido un menor desarrollo industrial puedan jugar también un papel integrándose, no sólo como compradores, en las cadenas de valor de la moderna industria terciarizada y global.
La tarea no es fácil. Nuestros indicadores de I+D+i se mantienen por debajo de la media de la UE28 y muy por debajo de los países más avanzados de la misma. Además hay muy severas diferencias entre comunidades autónomas. Debiéramos tener claro que la innovación es clave para el desarrollo de una economía dinámica y competitiva, muy especialmente en la industria. Probablemente nadie dirá lo contrario, pero mucho me temo que, a pesar de conocer la teoría, fallamos llevándola a la práctica. En el Cuadro de Mando (scoreboard) de la política europea Unión por la Innovación, del que recientemente se ha publicado la edición de 2014, perdemos un puesto en el ranking europeo, y pasamos al puesto 17 de un total de 28, por detrás de la República Checa, Chipre, Estonia, Irlanda o Eslovenia. El Informe de Competitividad Industrial de 2013, también de la Comisión Europea, es muy ilustrativo de nuestra situación en relación a nuestros socios europeos: hemos mejorado la productividad, pero lamentablemente es un espejismo debido a la reducción de costes salariales y la pérdida de empleo; nuestra producción y exportación de alta tecnología es muy baja; la complejidad administrativa impuesta a las empresas es muy elevada y, encima, el acceso a la financiación es muy difícil para la PYME. Eso sí, tenemos buenas infraestructuras civiles.
Pero, ¿a qué se debe este mal desempeño? Pienso que es una combinación de varios factores. Por un lado tenemos una mala articulación territorial. El problema no es la descentralización: Alemania, Suiza o EEUU, por poner algunos ejemplos, lo están y no tienen nuestros problemas. Creo que debiéramos tomarlos como referencia. Si lo desean, pueden ver el artículo Un Nuevo Modelo Territorial para la I+D+i, que publicó Cinco Días recientemente, y en el que expongo mi punto de vista sobre cómo nuestras dificultades territoriales repercuten en nuestro sistema de innovación. Por otro lado, sufrimos una versión hispana del conocido Síndrome Holandés, derivado en nuestro caso del boom turístico y de la construcción. Sobradamente es conocido, y los holandeses lo sufrieron con sus pozos de gas natural, que la explotación de recursos naturales, por sí misma, no consolida crecimiento a largo plazo y, por el contrario, puede crear vicios difíciles de tratar en la economía. En nuestro caso, la burbuja inmobiliaria creó un espejismo que confundimos con la realidad. Rectificar el rumbo nos llevará muchos años. No es posible tocar un botón y convertir, de la noche al día, una especialización económica en sectores con baja productividad del trabajo, como el turismo y la construcción, en sectores de alta productividad. Por último, no hemos desarrollado el capital social necesario para aprovechar productivamente el talento existente, algo de lo que ya hemos hablado en un post anterior.
Con este panorama no alcanzo a comprender cómo nos permitimos perder empleo cualificado, ni por qué no asumimos los costes de oportunidad que promover un modelo económico dinámico y competitivo demanda. Por supuesto, tenemos que mantener la cohesión social y debemos garantizar el funcionamiento de los servicios públicos. Pero igualmente, debemos financiar las políticas públicas promotoras del crecimiento económico sostenible a largo plazo, ésas que son generadoras de una nueva industria basada en la I+D+i.
Son justamente ésas las políticas que hacen posible la prosperidad económica y el empleo de calidad, no en la forma de espejismos sino de realidades que se consolidan en el largo plazo. Y, también, las que harán posible una economía que, en el futuro, financie servicios públicos de calidad. Haríamos bien de no olvidarlo y ser consecuentes con ello, a pesar de las actuales dificultades financieras, si de verdad queremos ser protagonistas de la nueva (re)industrialización europea.
Reblogueó esto en Inteligencia Emocional & PNL.