Son muchas las veces que me he repetido la pregunta que da título a esta nueva entrada del blog, y mucho más el tiempo que he dedicado a reflexionar su respuesta. De hecho, en varias de las publicaciones anteriores, he intentado aportar mi visión al respecto desde distintos puntos de vista. No voy a repetirme en tales contenidos que el lector, si lo desea, puede consultar en cualquier momento.
Hoy no quiero abundar en argumentos analíticos, necesarios para entender el mundo, pero insuficientes para cambiar las cosas. Por el contrario, me gustaría aportar elementos verdaderamente pragmáticos. Quisiera con ello contribuir, dentro de mis modestas posibilidades, a conformar una praxis que nos permita superar la situación gris en la que nos encontramos. Y quisiera invitar al lector preocupado por la situación de la ciencia, de la creatividad y de la innovación en España a hacer lo propio, activamente, desde su ámbito personal y social. Se habla mucho de economía del conocimiento, de crecimiento sostenible, de empleo de calidad, en suma, de prosperidad. Pero eso no cae del cielo, ni mucho menos. Y, desde luego, prorrogar ciertos modos y hábitos no va a mejorar la situación. Todo lo más, una nueva burbuja económica provocará una ilusión transitoria. Es imposible consolidar crecimiento económico a largo plazo con actividades económicas de baja productividad y menor valor añadido. No debiera haber sido difícil de entender, por ejemplo, que activos inmobiliarios que se revalorizaban según envejecían no eran sino un espejismo de prosperidad. Pero no se prestó atención a quienes una y otra vez recomendaron aprovechar las bonanzas de la burbuja para consolidar un crecimiento sano y sostenible a largo plazo. Así nos ha ido. Según escribo me viene a la mente la famosa fábula La Cigarra y la Hormiga, popularizada gracias a uno de nuestros ilustrados, Félix María Samaniego, que estuvo influido por la Ilustración francesa y, particularmente, por La Fontaine. La historia es, no obstante, muy vieja pues la fábula original se atribuye a Esopo, que vivió en la Antigua Grecia a principios del S. VI a.C . Ya nos enseña el viejo proverbio que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces (con capacidad de repetir el incidente muchas más) en la misma piedra… ¿I+D? contestó la cigarra a quien le recomendaba que usara la cabeza. Si tengo a mano lo que necesito, y la guitarra para divertirme. Más aburrida, la hormiga, sin por ello renunciar a permitirse alguna juerga, hizo I+D en el verano, para tener lleno el granero en invierno.
Pero ya dije que hoy no voy a dedicarme al análisis, sino a la praxis. Decía Karl Marx en sus Tesis sobre Feuerbach que los filósofos hasta la fecha no habían hecho más que interpretar el mundo, pero que de lo que se trata es de transformarlo. Con qué fin y con qué medios se llevan a cabo las transformaciones es, a fin de cuentas, lo que distingue las ideologías filosóficas y políticas dignas de ser consideradas como tales.
El gran error que estamos cometiendo es pensar que el razonamiento intelectual tiene algún peso en conformar voluntades políticas en pro de la ciencia, la creatividad y la innovación (ni de ninguna otra materia). De poco sirve razonar una y otra vez que los países que consiguen mantener crecimiento y prosperidad a largo plazo son los que más atención le prestan a tales asuntos. Tampoco que hay un amplio acuerdo entre los pensadores de la economía en cuanto a que, el liderazgo en la ciencia y la tecnología, supone un factor determinante para aumentar la productividad. Ni que las economías basadas en la explotación de los recursos naturales, entre las que, en muy buena medida, se encuentran las que se basan en la construcción y el turismo de sol y playa, tienen grandes limitaciones prácticas para crecer a largo plazo de forma sostenible. Por ese camino hemos transitado los últimos treinta años, y seguimos manteniendo un diferencial en I+D+i enorme con los países más avanzados de nuestro entorno. Diferencial que se manifiesta en una economía descompensada, con unas tasas de desempleo inaceptables y unas serias limitaciones competitivas, que mayormente nos llevan a perder a muchas de las personas mejor cualificadas, al tiempo que buena parte de nuestra capacidad para competir se reduce a reducir los salarios. Muy triste, pero la I+D+i está hoy fuera de la agenda política y social en España, como puede advertirse de su escasa presencia en los mensajes políticos, incluso en este año electoral, o que las palabras ciencia, tecnología o innovación ni siquiera aparezcan en el último barómetro del CIS.
No es ese el camino. El análisis es necesario, pero no suficiente, para disponer de capacidad transformadora. Hay que implicar realmente a la sociedad. Y esa implicación no se consigue con sesudos razonamientos. Por el contrario, para obtenerla, hay que difundir socialmente convicción en ciertos valores utilizando para ello las técnicas propias de la comunicación de masas. Dicho de otra manera, hay que conformar una opinión pública partidaria de la ciencia, la creatividad y la innovación porque está convencida de que ello es la puerta para la prosperidad, para que sus hijos e hijas tengan mejores opciones laborales al terminar sus estudios, para no poner en riesgo sus pensiones… Y será esa opinión pública quien exija de los poderes públicos y de los partidos políticos el fomento de una actividad científica, creadora, innovadora y emprendedora en la sociedad de la que estar orgullosos, en la que poder confiar para el futuro. Ese ha sido el camino que ha permitido, por ejemplo, encumbrar socialmente el valor de la educación o de la protección del medioambiente.
Si uno le presta cierta reflexión, advertirá enseguida que el valor de la educación resultaba muy lejano hace sólo dos o tres generaciones. Al menos para el común de los mortales, cuya vida consistía en trabajar en condiciones cercanas a la subsistencia, sin tiempo, ganas, ni formación para profundas reflexiones. Pero hubo un activismo social y político, cuyas raíces se hunden en la Ilustración, promotor de una concepción liberadora de la educación que, progresivamente, fue abrazando la mayor parte de la población a pesar de no saber quién fue Sócrates. Sin embargo esta mayoría social llegó a entender y demandar los efectos de esa desconocida educación, gracias a la conformación de una opinión pública llevada a cabo por los medios de comunicación de masas. El razonamiento fue simple: para que los hijos del trabajador tengan las mismas opciones que los hijos del patrón tienen que estudiar. Y los padres y madres trabajadoras se dejaron la piel para que sus hijos e hijas pudieran estudiar, al tiempo que en la construcción del moderno Estado social y democrático de derecho la educación pública se convirtió en una prioridad irrenunciable. Y no fue en vano: de forma progresiva el efecto liberador de la educación fue jugando su papel en la sociedad, al menos procurando una mayor igualdad de oportunidades entre todos sus miembros. En cuanto al medioambiente, fue necesario desarrollar una gran conciencia social, una opinión pública convencida, de nuevo sin grandes sofisticaciones argumentales, partidaria de preservar nuestro entorno natural. Esta forma de pensar es muy reciente. No hace tanto tiempo las chimeneas humeantes eran iconos de desarrollo y modernidad, y se le prestaba muy poca atención a la contaminación y a la afección del medio natural. De hecho sigue siendo así en demasiados sitios, pero no aquí. Cómo desarrollar tal mentalidad, anteponiéndola a la inmediatez del rendimiento económico que el desarrollo desordenado provoca, es una verdadera revolución en la forma de pensar del conjunto de la sociedad. Y, francamente, no creo que sea el conocimiento científico del cambio climático quien lo ha hecho posible. El conocimiento científico de nuestra sociedad (también de las demás) es muy débil. Recientemente los medios de comunicación daban a conocer la encuesta de percepción social de la ciencia en España, elaborada por la Fundación Española de la Ciencia y la Tecnología, que nos sorprendía con el resultado, ciertamente matizable, de que la cuarta parte de la población española piensa que el sol gira alrededor de la Tierra, y no al revés.
Nuestra sociedad protege al medioambiente y a la educación porque los ha asociado con valores positivos para el presente y el futuro, no como resultado de una reflexión crítica e individual de todos sus miembros, sino por una convicción colectiva mucho más intuitiva que intelectual. Esa asociación se ha hecho posible conformando una opinión pública a través de los medios de comunicación de masas que, de forma legítima y necesaria, permitió al activismo político y social difundir las conclusiones a las que llegaron brillantes pensadores y científicos, en un formato simple y accesible para todo el mundo: la educación liberará a tus hijos; el mundo será horrible si dañamos el medioambiente.
Si queremos que nuestra sociedad demande ciencia, creatividad e innovación hay que convencerla que la vida será mucho mejor para todos si está presente y si los poderes públicos la promueven. Entonces se convertirá en una exigencia para éstos, pero no antes. Hay que conformar una opinión pública, a partir de certezas que conocen los científicos e intelectuales, pero que deben ser trasladas al conjunto de la sociedad con un formato muy sencillo: sin ciencia, creatividad e innovación el futuro de todos será sombrío y pobre; con ellas habrá prosperidad. Igual que un mundo con la Naturaleza expoliada dan pocas ganas de vivirlo, o que la sociedad no tolerará las cadenas de la ignorancia y la incultura, hay que proyectar una nueva convicción: si queremos bienestar, necesitamos que en nuestra sociedad haya mucha más ciencia, creatividad e innovación. Muchos, tal vez la mayoría, no serán científicos, creadores, o innovadores, aunque todos deben tener la oportunidad de optar a serlo. Y si es así, sin duda, todos tendrán un futuro de mucha mayor prosperidad, como sucede en los países más desarrollados económicamente.
¿Quién tiene que impulsar esta concepción en la sociedad? Por supuesto que todos los que la comprendan y crean en ella, como ya pasó con nuestros ejemplos de la educación y el medioambiente. Es necesario para ello un activismo desinteresado, sustentado en el conocimiento que reside, sobre todo, en centros educativos, universidades, organismos de investigación, así como por empresas y otras organizaciones privadas intensivas en conocimiento, esto es, en los mejores talentos y capacidades de los que disponemos. Y que no confunda, la legítima reivindicación del interés propio con la promoción de valores en la sociedad. Ambas actuaciones deben tener cauces separados, que interfieran tan poco como sea posible. La reivindicación propia, por legítima que sea, no se convertirá en un valor social. Seguirá siendo una reivindicación más, legítima como todas las que lo sean, pero nada más. Es igualmente importante no cometer errores con los mensajes. La I+D+i no nos va a sacar de la crisis, como al principio de la misma se repitió una y otra vez. Que una sociedad promueva la I+D+i es similar a que un individuo realice una vida sana. Si lo hace tendrá menor riesgo de enfermar y, si lo hace, estará más fuerte para recuperarse antes. Pero una vez enfermo, no puede pensar en hacer la vida que debió cuando estaba sano. Tendrá, en primer lugar, que curarse, eso sí, procurando quedar en las mejores condiciones para retomar una vida saludable. La I+D+i muestra sus efectos en el largo plazo. Por eso florece en las sociedades más desarrolladas, en aquéllas que son capaces de fijar prioridades políticas, sociales y económicas que trasciendan al corto plazo. Conseguir el respaldo social requiere mensajes simples, pero certeros.
En mi opinión, la realidad sociológica y de la I+D+i en España aconsejan que este activismo deba promoverlo principalmente la Universidad y los centros públicos de investigación, ejerciendo un liderazgo participativo y fomentando la colaboración e implicación del sector privado. El peso, prestigio social y capacidad de influencia de la Universidad y de los centros de investigación es enorme, al menos en comparación con otras organizaciones públicas y privadas que, en todo caso, deben estar también invitadas a participar. Se trata del lugar del conocimiento, del pensamiento, la universitas, el Alma Mater del saber. Ello debiera ser garantía de éxito, siempre y cuando no olviden que el liderazgo han de ejercerlo, no para sí, sino para la sociedad.
Sinceramente, he de felicitarle, por su blog. Me ha aclarado muchas dudas que tenía respecto las características del E-commerce en canarias. Muchas gracias por su labor.