Sin duda el imparable proceso de globalización se manifiesta en muy variadas formas, entre ellas la actual preponderancia de acrónimos de inspiración anglosajona. Y hablando de globalización y acrónimos hay uno que merece una atención especial: por TICs nos referimos a las tecnologías de la información y las comunicaciones, un conjunto de tecnologías de propósito general que, como tales, han provocado profundos cambios sociales y económicos a partir de las dos últimas décadas del S. XX en todo el planeta. Las TICs son el sustrato tecnológico de la sociedad de la información que, a su vez, engloba rasgos determinantes de la moderna sociedad del conocimiento. Sin TICs, por tanto, no hay sociedad de la información y, sin ésta, no hay sociedad del conocimiento.
Pero, ¿por qué son tan importantes las TICs? Realmente pudiera parecer una verdad autoevidente. Las TICs son importantes porque impregnan todas las actividades de nuestra sociedad, o ¿acaso no suena o zumba el smart phone en el momento más inoportuno? Sin embargo las cosas no son tan sencillas. Ya en 1987 Robert Solow, premio Nobel de economía, expuso su paradoja de la productividad, refiriéndose a los computadores: «Podemos ver la era de la computación en todos sitios salvo en las estadísticas de productividad«. Efectivamente, desde los años setenta había habido un progresivo (y masivo) despliegue de medios informáticos que, de acuerdo con el sentido común, debían de ayudar a mejorar la productividad del trabajo. Sin embargo, al mismo tiempo, el crecimiento económico se había estancado. ¿Qué estaba pasando?
Antes de intentar contestar, acerquémonos algo más en el tiempo. A partir de mediados de los años noventa se extendió el uso de Internet, en muy buena medida estimulado por una reciente innovación: la Web. El avance de Internet fue fulgurante, estimulando el despliegue de infraestructura de telecomunicaciones que, progresivamente, fue permitiendo extender el servicio a más altas velocidades, la denominada banda ancha. Además, de forma prácticamente simultánea, se extendió la telefonía móvil, convergiendo ambas tecnologías ya en este siglo, de modo que Internet está disponible en dispositivos móviles (teléfonos, tabletas,…) con prestaciones crecientes y banda ancha. Pero, ¿ha mejorado Internet de banda ancha, fija o móvil, la productividad del trabajo?
La contestación a ambas cuestiones no es sencilla. Realmente el uso productivo de las tecnologías de propósito general va mucho más allá de la tecnología en cuestión. Necesita de innovaciones organizativas tan complejas, al menos, como las innovaciones tecnológicas que las motivan. En suma, se requiere desarrollar el capital social que permita aprovechar las oportunidades económicas que se presentan. Ya hemos hablado de la importancia de la innovación organizativa y del capital social en el post anterior. De hecho ahora sabemos que las TICs explican en muy buena medida la brecha de productividad entre EEUU y Europa. Y ello motiva que la Unión Europea les preste mucha atención, tanta que la Agenda Digital para Europa es una de las siete iniciativas insignia, o grandes políticas, de la UE (por cierto, otra es la Unión por la Innovación) para el periodo 2014-2020.
Veámoslo con más calma. La productividad del trabajo, medida como la producción por hora trabajada (esto es, PIB anual dividido por el total de horas trabajadas en una economía ese año) en la Eurozona, de acuerdo a datos de la OCDE, fue en 2012 el 82.5% de la de EEUU (y la de España el 78%). Es más, la brecha de productividad se ha ido incrementando con el tiempo a partir de 1995. El motivo parece haber sido una mayor inversión en TICs en EEUU que en Europa hasta el año 2000 (el sector TIC de por sí tiene una elevada productividad) y, a partir de entonces, una mejor utilización de las TICs en otros sectores, esto es, su adopción como verdaderas tecnologías de propósito general. De hecho, la Comisión Europea ha estimado que las TICs, con un peso del 5% en el PIB de la UE, contribuyen al 25% de la actividad total de I+D, y al 50% del incremento de la productividad del conjunto de la economía, debiéndose algo más de la mitad de tal aumento a la utilización de las TICs por el resto de los sectores.
No es, por tanto, de extrañar la importancia que la UE le da a la difusión y uso eficiente de las TICs. Recordemos una vez más la paradoja de Solow. No es suficiente con tener el equipamiento TIC, se requiere su utilización eficiente tanto en el centro de trabajo como en el resto de las actividades que desarrollamos y mediante las que nos relacionamos. Es necesario, en definitivas cuentas, aprovechar inteligentemente, a lo largo y ancho de la sociedad y la economía, todo el potencial que las TICs ofrecen. En España, en general, y en Canarias, en particular, tenemos unos razonables indicadores de disponibilidad de la tecnología. Sin embargo estamos algo rezagados, especialmente en Canarias, en dos cuestiones importantes: por un lado no tenemos un potente sector industrial TIC con una producción significativa de los recursos tecnológicos con los que nos dotamos que, mayormente, son importados. La mayor productividad relativa del sector TIC hace conveniente que tuviera un peso superior en nuestra economía. Por otro lado, nos falta capacidad innovadora para hacer un uso temprano y efectivo de las nuevas oportunidades tecnológicas en el conjunto de nuestra actividad empresarial e institucional. Parece, no obstante, que individualmente somos usuarios avezados de las TICs, especialmente los jóvenes.
Nunca fue sencillo impulsar las innovaciones organizativas necesarias para adoptar social y económicamente tecnologías de propósito general. De hecho, en las primeras fases de adopción dan lugar a no pocos quebraderos de cabeza y, como muestra la paradoja de Solow, ni siquiera parecen ayudarnos. Es más, producen desempleo y frustración en colectivos y sectores que se ven desplazados por ellas. La historia no es nueva: con la Revolución Industrial muchos artesanos ingleses, los luditas, optaron por destruir maquinaria textil que les dejaba sin trabajo. Nadie puede dudar que la automatización textil mejoró las condiciones de vida del conjunto de la población, pero ciertamente no la de los artesanos textiles. Adoptar una nueva tecnología en el trabajo no sólo supone superar una dura curva de aprendizaje sino, lo que es más difícil, una nueva manera de trabajar, una nueva manera de relacionarte con colaboradores, proveedores y clientes. En fin, una nueva manera de competir.
Todos los que tenemos edad para ello recordamos las dificultades de muchos trabajadores en los años ochenta y primeros noventa con la informatización de las oficinas. Igualmente ahora, con el nuevo salto que supone Internet, somos testigos de la dificultad de introducir una verdadera gestión digital, de hacer realidad la oficina sin papeles, de relacionarse con clientes, proveedores, colegas e instituciones con las nuevas herramientas disponibles. ¿Se acuerdan de la canción Año 2000 de Miguel Ríos? Aquélla que en una estrofa decía: Esta es la era del Mr. Chip / microordenador de tu porvenir / que por lo pronto te quita el curro / además de ser tu ficha sin fin.
La sociedad posindustrial en la que vivimos es, sin duda, una sociedad de la información. Las TICs posibilitan que tengamos a nuestro alcance todo tipo de datos y la constancia de los más variados hechos y sucesos, cuando y donde queramos. Todos y cada uno de nosotros podemos producir información y difundirla como nunca antes se había hecho. Es más, no sólo las personas producen y consumen información sino que también lo hacen de forma creciente las máquinas. Asistiremos en el futuro próximo a la implantación masiva de la Internet de las cosas. Todo tipo de sensores producirán datos en nuestras viviendas, en las calles, en las empresas, incluso en nuestros cuerpos y los harán inmediatamente accesibles a dispositivos automáticos y personas.
La sociedad de la información ya ofrece múltiples posibilidades en prácticamente todas los ámbitos que uno pueda imaginar. También presenta riesgos, que deben ser adecuadamente gestionados. Entre ellos destacaría los de exclusión tecnológica, que puede dar lugar a nuevas brechas sociales y territoriales, y de vulneración de la privacidad, con frecuencia inconscientemente consentida.
Gestionar adecuadamente la sociedad de la información para obtener mayor bienestar social requiere, como ya hemos visto, aprender, individual y colectivamente, a usar adecuadamente las nuevas oportunidades que la tecnología nos ofrece. Es necesario convertir la pura información en conocimiento, competencia exclusiva del ser humano, y, con ello, mejorar el rendimiento de las actividades productivas, de las formativas, del ocio, del cuidado de la salud, de la cooperación para el desarrollo, de la conservación del medioambiente y, en suma, de nuestra vida en sociedad en un mundo globalizado. Entonces, verdaderamente, podremos afirmar que formamos parte de la sociedad del conocimiento.
Referencias
Una agenda digital para Europa
2 respuestas a «¿Qué son las TICs?»